Javier Sánchez | Investigador
A mediados de 2011, y como cada año, se completaron las clases en el curso de Machine Learning impartido por la Universidad de Stanford. Un hecho nada fuera de lo habitual, excepto por un detalle: más de 22.000 alumnos de 70 paises asistieron esta vez a clase, y lo hicieron gratis. Esta afluencia de estudiantes puede parecer desorbitada para las cifras que maneja la universidad tradicional, pero no comparada con el millón y medio de alumnos actualmente inscritos en Coursera , una plataforma digital que ofrece gratuitamente más de 190 cursos a todo el mundo. Creada por los profesores Andrew Ng y Daphne Kohler, reúne a día de hoy a 33 Universidades, entre las cuales se encuentran Princeton, Brown o la propia Stanford.
Por su parte Harvard, Berkeley y el MIT promocionan cursos en su propia plataforma, edX. En la época de los MOOC (Massive Online Open Courses) toda universidad quiere formar parte de este nuevo modelo de aprendizaje, que se extiende a áreas de conocimiento tan dispares como la ingeniería, la programación o las ciencias sociales.
La idea de un modelo de aprendizaje colaborativo mediante ordenadores se viene estudiando desde los años 60, mientras que los cursos online existen desde hace más de una década. Sin embargo, en los últimos años se ha popularizado un nuevo paradigma de aprendizaje que comprende no sólo una mayor escalabilidad de los contenidos, sino también su completa gratuidad. El resultado: más de 4 millones de personas en los últimos 3 años se han unido a algún tipo de MOOC en alguna de las plataformas existentes, con un ritmo de crecimiento que no parece disminuir.
El rápido aumento en el número de alumnos ha hecho que se cree además una gran controversia en torno a este tipo de aprendizaje. En primer lugar, el modelo de financiación de este tipo de plataformas a largo plazo genera todo tipo de dudas. Mientras que las primeras plataformas como Udacity siguen una filosofía de democratización de la educación de calidad, edX y en especial Coursera emulan el modelo de negocio de las start-ups de Silicon Valley (Build fast and worry about money later), en el que la inclusión de publicidad y patrocinio privado es más que probable de cara al futuro.
Por otra parte, la falta de feedback desde el alumnado de los MOOC y la ausencia de contacto directo con los docentes son dos grandes cuestiones pendientes en este tipo de iniciativas. Si bien las diferentes plataformas promocionan la interacción de los alumnos a través de foros, grupos de estudio a nivel local y meetings periódicos, es necesario profundizar en la evaluación del proceso de aprendizaje, de modo que se pueda conocer la calidad (a nivel pedagógico) de los contenidos ofrecidos. Además, otro gran reto pendiente de las plataformas de aprendizaje online es la adaptación de dichos contenidos a las capacidades y ritmo de aprendizaje de cada usuario, aspecto que indudablemente mejoraría la educación proporcionada.
Es en estos puntos donde la tecnología podría ayudar a dar el salto hacia nuevas metas. Mediante el uso de diferentes sensores es posible analizar el comportamiento de los alumnos y su disposición hacia el curso, analizando su interés y sus reacciones ante los contenidos, siempre con el objetivo de optimizar el proceso de aprendizaje. Muy probablemente, tecnologías como las que se desarrollan en Gradiant se utilizarán en un futuro para crear entornos de tutorización afectivos: sistemas capaces de monitorizar al alumnado durante el proceso de aprendizaje, evaluando reacciones emocionales y estados cognitivos, que automáticamente se adapten al grado de comprensión de las materias. ¿La universidad inteligente?